lunes, 15 de junio de 2020

ISIDORO

Hoy os presento a un amigo, su nombre es Isidoro, pero eso es lo de menos, pues lo importante es lo que hace. ¿Y qué tiene de especial Isidoro? Pues él se dedica a acompañar a jóvenes que necesitan ayuda para afrontar una situación tan difícil como es la de tener que decir en casa, a los amigos y los de alrededor (como es el colegio, el instituto o en las diferentes áreas de extraescolares) que no se sienten bien con el cuerpo que tienen, y que su mente va por otro lado.

No sé si me entendéis, pero mejor si os lo explica un joven al cuál Isidoro está ayudando. Él no es de esta ciudad, pero quiero traerlo aquí para mostrar sólo una cosa que ha sucedido en esta cuarentena; y es que en muchos hogares han tenido la suerte de pasar un periodo de confinamiento muy bien en familia, aunque se echase de menos a los amigos; pero es que incluso, lo sabemos todos, en las situaciones más idílicas ha habido momentos para todos los gustos, más o menos amargos. Pero dentro de otros hogares las cosas no ha sido tan bonitas; e incluso han sido todo un caos, por el trabajo de los padres, porque ya no había buen ambiente antes del confinamiento y ahora ha ido todo a peor, etc. Incluso en unos pocos casos la situación ha estallado por los aires, algo que era previsible para todos, pero no por eso deja de ser menos dolorosa.

Pues bien, Isidoro me pasó la historia que le hizo llegar un niño, o niña,  qué más da; el caso es que el joven que me contó, llegó incluso a pensar que no era necesario continuar con esta lucha diaria, consigo mismo, con los demás; llegó incluso a pensar en que sobraba, que la vida no tenía sentido, y que nadie le iba a echar de menos, pues los amigos los podía contar con los dedos de las manos (no, con los de una mano) y que sus amigos entenderían por qué había dado el paso de quitarse de en medio.

Todo esto le rondaba la cabeza, hasta que un buen día, y casi de rebote, se topó con un buen amigo, como es el caso de Isidoro. Que sólo le escuchó, le escuchó, y todavía no se cansó de escuchar… pero también le planteó una serie de preguntas que, según me contaba este, le trastocaban todo lo que había pensado hasta ahora; le ponían en el centro de la película y le hacían protagonista de la misma, no un simple observador del palco de honor. Le dio las riendas de su vida y se subió al carro con él, para aprender a domar los caballos, que sólo él podría amoldar a su ritmo. En todo este proceso, siguió contándome, no sólo se valió de su experiencia, también abrió puertas al joven para que acudiera a servicios profesionales que le podían aconsejar desde una visión más objetiva, y que le hicieron ver que no era un caso raro, ni una especie en riesgo de extinción. Que lo que le sucedía a él o ella, qué más da, era algo muy común (más de lo que nos imaginamos) y que no sólo era de esta época, sino que siempre había sucedido; y si preguntáis a vuestros padres os dirán lo mismo, de aquel niño o niña que no era lo que su cuerpo le decía que era.

Claro que no todos habían tenido la suerte de encontrarse con un ISIDORO, vamos a dejarlo ahí.

Creo que en educación, todos tenemos el deber y el derecho de buscar un ISIDORO, que haya muchos isidoros, y no hace falta que sean santos. Que hemos de buscar una buena sombra para los días que vendrán de sol achicharrante, así como donde refugiarnos en los días de tormenta, que también los tendremos. Y no sólo los jóvenes, creo que todos deberíamos buscar árboles de referencia, a donde correr a refugiarse, dónde abrazarse cuando se necesite, donde llorar y reír sin parar, donde descansar y hasta poder dormir, pero también árboles que nos interpelen con las preguntas correctas, o incorrectas, pero que nos interpelen; mal árbol sería si sólo sabe inclinarse para asentir a todo lo que le digamos, dejándonos impasibles y sin una posibilidad de corregir nuestro camino; pues no todos los renglones con los que escribimos las líneas de nuestra vida son todo lo rectos que desearíamos. ¿Verdad?

Sólo te deseo, a ti me lees hoy, que ojalá encuentres tu árbol ISIDORO, y no se encuentra si no se busca, también te lo digo.

A los mayores decirles, que no tenemos que tener todas las respuestas; que no pasa nada por equivocarnos, y menos aún por reconocerlo. Que en el camino hay demasiadas piedras y baches, como para ocuparnos de ir poniéndonos más. Que el que no sepa, mejor que se aparte a un lado del camino, descanse, pues estamos demasiado estresados, repose bien, para digerir lo que se nos viene encima con los jóvenes que nos ha tocado educar; porque es tarea de todos, de la comunidad, no sólo de la escuela. Y éstos vienen empujando fuerte. Eso sí, no estamos solos. Os prometo que hay muchos ISIDOROS por ahí callados, o esperando que los encuentres, busca el tuyo.

No es natural ni humano decir que todo va bien, y que no hay ningún problema en nuestra casa. Será que no estas mirando en la dirección correcta, o que quizá eso es lo que te gustaría. Lo natural y lo humano, y porque somos personas vivas, es tener problemas, pero no gratuitos, ya bastantes nos da la vida, si estamos en crecimiento (jóvenes y no tanto) si queremos avanzar nos vamos a ir dando cuenta que los problemas están para mirarlos de frente, saber reconocerlos, para saber de dónde han nacido, si es un problema real o imaginario, y arrancar de ahí para superarlos. Vamos madurando a base de enfrentarnos a nuestros problemas; y seguirán en eterna infancia quienes no se atrevan a mirar de frente al futuro, o los que prefieran mirar para otro lado (casi siempre a los problemas de los demás) para no ver lo que cada uno tenemos.

Hay quienes han nacido en un continuo problema, y bien está el dicho que “a perro flaco todo son pulgas”, pero tampoco vale hacerse siempre la víctima. Es demasiado serio el tema de los problemas que cada uno tiene para encima tener que estar aguantando la pesadez del que cree que todo le pasa a él/ella; pues ahora si está permitido echar una mirada a los balcones de nuestros vecinos, para descubrir que las ganas de aplaudir (o no) son también las ganas de reconocimiento que todos tenemos. Hemos de llamar la atención de los demás, cuando lo primero que tenemos es que tener un toque de atención hacia nosotros mismos. Y siempre en el sentido positivo, hemos de reconocernos con los valores que tenemos, y mal vamos si no sabes cuales son esos valores. Si nos valoramos más, también sabremos ver el valor que tienen los demás en sí mismo.

Y volvemos al principio. Qué más da que seas chico o chica, cómo te vean los demás; lo importante es cómo te sientas contigo mism@, y eso si se puede trabajar. Aprender a quererse, a apreciarse, a valorarse, a mimarse, a darse pequeños homenajes… a eso sí que podemos aprender. Pues un adulto amargado, porque no ha sido enseñado a esto mismo, puede causar muchos estragos a su alrededor en un futuro. Por eso vuelvo a decir, quiérete, reconoce que eres un ser AMABLE, QUERIBLE, MIMABLE,… y aprendamos a querernos un poco más, que ya la vida nos traerá demasiada competencia para llegar a donde queramos incluso pisando para lograrlo.

Antes de dejar paso a la historia que me ha prestado mi amigo Isidoro, alguien me pidió que aconsejara libros, pelis, etc. Pues voy a empezar por algo que estoy leyendo ahora mismo, y que aconsejo (claro que también sé que no está hecha la miel para la boca del burro) aún a sabiendas de que es una lectura, a veces dura, es de un autor judío, profesional que se dedicaba a la psicología, que narra desde dentro cómo se vivía en los campos de concentración nazis, vamos algo como el encerramiento que hemos vivido, pero sin comida, sin ordenadores, sin profesores dando la tabarra, etc. pero donde nos describe lo que él piensa que es el SENTIDO DE LA VIDA. El libro es precisamente eso El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, y lo estoy leyendo en mi móvil con la aplicación de E-BIBLIO de las bibliotecas de cualquier comunidad autónoma, para lo cual, por si alguien no lo sabe, tuve que sacarme el carnet de biblioteca y te da acceso a muchos recursos, libros, audiolibros, películas, etc.

Un saludo, amigo, y hasta la próxima… seguimos SOÑANDO, aunque a veces parezca un mal sueño.

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